Carta de un ciudadano a los organizadores del Paro Nacional del 24 de Enero

Gentes diversas de la ciudad y del país, organizaciones sociales, juveniles, independientes y asociados, individuos inconformes y ciudadanas indignadas de Bogotá, nos pusimos esta confusa cita; nos sumamos a la convocatoria a un Paro Cívico Nacional sobrepasando el descrédito de la prensa y la arrogancia de los gobiernos. Elegimos la fuerza de la acción común; optamos, en esta ocasión, por el diálogo ciudadano; por hablarnos a nosotras mismas, por interlocutar entre gentes diferentes, diversas y múltiples que somos; sobrepasando, además, las diferencias, pero para asumirlas y no para negarlas; para reconocernos mutuamente y no para despreciarnos con la indiferencia hacia lo que es común, público, colectivo, lo que es y debe ser de todas y para todos.


Somos voces negadas a quienes no nos sirven solo gritos de “¡Ya Basta!”, y nos resulta mejor unir esfuerzos, coordinar acciones comunes, organizar movimientos, impulsar iniciativas y encaminar rumbos comunes, para ejercer el poder público desde abajo, desde la sociedad civil organizada. Creemos en nosotras mismas, como gentes iguales y no como enemigas. No creemos en negociantes y en gobernantes que se lucran con el sudor de los más. Esta acción es un comienzo, tan viejo como la dignidad y tan nuevo como queramos; y ha de unirnos por la defensa de los bienes comunes, por el trabajo decente, el respeto a la ciudadanía y la participación activa en la vida pública; por la democracia real, por otra democracia que será posible con el esfuerzo de las mayorías hoy excluidas. Democracia territorial, directa, económica, asamblearia, rotativa y profunda; enraizada en la esperanza que nos da el esfuerzo común. Aquí cabemos todos, esta acción es de todas y es también para todos.

El río de la historia nos ha arrastrado con muchas piedras pero también con mucha piedra. La piedra contenida, la rabia reprimida y la expresión indignada, hasta aquí han sido arrastradas. Pero esa rabia, esa expresión y esa piedra de los más, se está juntando y seguirá haciéndolo. Es esa la misma rabia de morir sin atención en salud por la rapaz ley del lucro; la misma rabia frente al hambre de tantos que alimenta la opulencia de tan pocos. Tenemos rabia, o más bien tenemos mucha piedra. Piedra por no poder participar, no poder decidir sobre lo público; piedra también de querer llevar a otro rumbo esta sociedad por encima de las balas y de los bolillos; sobre la arrogancia y a gran distancia de la indiferencia.

Tal vez hoy los motivos para indignarse tomen forma en la protesta contra la falsa alza del salario mínimo, o contra los crecientes impuestos regresivos, o contra la saña del lucro sobre el trabajo, la corrupción sistémica, o en el rechazo mayoritario a la venta de los recursos y activos públicos y comunes. Pero seamos sinceros: también la ausencia nuestra como sociedad civil capaz de gobernarse, la falta de alternativas de poder ciudadano, de iniciativa o de imaginación colectiva, son motivos para este encuentro de múltiples barcazas sobre el río de la historia.

Sigamos, pues, siempre adelante. Levantemos la cara al sol y juntemos esta indignación que ya es entusiasmo. Que la alegría de caber en un lugar común siendo diferentes, nos permita construir una democracia otra que no esta, una democracia real y diversa, una profunda unidad ciudadana y una creativa y alegre protesta. Este no ha de ser un punto final sino más bien uno de inicio. Hoy empezamos a recomenzar; comenzamos a reconstruir fuerza ciudadana para que ese arrojo no sea en vano; para que sea más bien de paso firme y de pulso sereno; para que tenga ritmo común y cotidiano; para que sea posibilidad de autogobierno y de poder ciudadano.

Aparentemente en Bogotá tuvimos una particularidad que deberíamos rastrear en las demás manifestaciones de otras ciudades y localidades: fue el diálogo ciudadano, participativo, múltiple y diverso, siempre abierto y sin miedo, lo que marcó la jornada. Tomó forma en los diez círculos de diálogo y en la asamblea ciudadana. Lo nuevo en esta ocasión, insisto, es la indignación y no solo el robo más intenso, no solo la aceleración en los ritmos de la ya vieja y rapaz explotación de lo común. Lo nuevo es sintomático, apenas perceptible aún, emergente y esperanzador. Pero ¿cómo transitar de la indiferencia a la indignación común y de ésta al inconformismo generalizado para llegar a ser capaces de ahogar la represión y contener al gobierno, ponerle a la defensiva y descubrirle su ilegitimidad generalizada? Instalemos en nosotras esta pregunta que se proyecta sobre horizontes comunes de emancipación y de autogobierno.

También son múltiples los riesgos. La godarria de este país viste a la moda. Los azules de todos los matices miran con desparpajo pero también con entusiasmo. A pescar en río revuelto se arrojan, a atar la protesta con lazos de una supuesta colombianía -acrítica- que oculta más de lo que dice; que esconde sus responsabilidades más que las confronta. Pero godos hay de todos los colores. Nosotras, ciudadanos, individuos, colectivos y organizaciones sociales por el cambio, traemos también conformismo en todos los bolsillos. Desnudémonos pues, y seamos francos, que el autoengaño puede darnos tranquilidad pero no la victoria.

Lo importante, lo fundamental, es desatar la rabia de abajo y volcarnos a procesos de largo aliento. Lo importante es, pues, dominar el aliento, desatando lo que más podamos en este momento. Es un año para la rebeldía. Es preciso desatarla sin miedo y a todo riesgo. Volvamos este inconformismo una estrategia destituyente. Hagamos de esta piedra que tenemos, inconformidad e indignación generalizadas.

Y para ello requerimos de la escucha sobre la dicharachería. Es preciso aguzar el oído para la escucha, para el silencio activo y para el reconocimiento mutuo. No podemos seguir peliando entre nosotros sin esa escucha, pues las diferencias que nos marcan como individuos singulares, son necesarias, pero no pueden ser muro de contención al entendimiento mutuo y común. Las banderas de todos los rojos, de todos los negros, de todos los amarillos y de todos los tricolores, no van a hacer ni a pensar las estrategias que requerimos. Los símbolos tradicionales de la rebeldía más que representarnos nos llaman a recrearlos. Necesitamos de la escucha activa por sobre la pendantería -insisto-. La escucha como principio del diálogo, sobrepuesta a la autoreferencia que tanto nos ha dividido.

¿Es este un tiempo para la antipolítica? Tal vez todos los tiempos tengan algo de antipolítica, unos con mayor acento, otros con poco encanto. Pero los hechos de la Plaza de Bolívar el #24E, muestran la potencia de la antipolítica en el ahora inmediato. Los rabiosos “¡fuera fuera!” a los conservadores y uribistas, las iniciativas de crear un nuevo partido de centro, de mantener la autonomía del movimiento, de profundizar la democracia en nuestras prácticas colectivas de protesta -y no solo como exigencias o gritos vanos-, son todas cuestiones que hacen significativa la pregunta. Pues la democracia no es una etapa, no es una parada más en el largo proceso de la rebelión y de cambio que traspasan las sociedades. No es tampoco solo una táctica o una maniobra hacia la toma del poder estatal. La democracia de base, profunda, posible, radical, real, territorial, asamblearia, participativa y con tantos apellidos que no tienen las cédulas de los de arriba, tan aristocráticos, tan pulcros, tan “democráticos”, es garantía de poder soberano como ciudadanos, como pobladores, como los de abajo.

No se trata de ampliar la democracia ni de profundizar la democracia liberal representativa. Se trata de encarnar en todos los abajos una democracia del diálogo y del encuentro. Se trata de hacerla poder local, territorial y comunal. Se trata de halar para abajo, de hacer de los encuentros ciudadanos, asambleas deliberativas para la ciudad. Una ciudad sin aristócratas es posible. Una ciudad sin alcaldes de ningún partido, sin representantes de ningún color, puede serlo también.

Pero con franqueza, reconozcamos que para ello falta mucho, o mejor, falta lo que falta; y señalo esta falencia no para justificar negociados con la democracia liberal, sino para indicar que requerimos mayor esfuerzo que el hasta ahora reunido. Pero por ahora, insisto, es preciso que esa democracia no sea una exigencia a nadie más que a nosotras mismas. Que sea un principio de actuación colectiva e individual, que sea, pues, una razón y motivo para transitar la vida, para vivirla.

¿Estamos acaso uniendo esfuerzos para un Paro Cívico Nacional o buscamos solo una confluencia? ¿Requerimos crear comités de impulso ya? ¿Requerimos montar campañas que desaten y reúnan las rebeldías ciudadanas? Repito, una ciudad sin aristocracia es posible, pero hay que disputarla.

¿Cómo mantener la autonomía activa? Es preciso el autogobierno, la acción autónoma. Autónoma y no ensimismada. La autonomía es reconocimiento mutuo, pues el individuo no se agota en su existencia sino en la de los demás. La autonomía es independencia, sí. Independencia de los gobiernos, de las formas tradicionales de ejercer el poder, de gestionar lo público y de tratar las diferencias. Pero no es suficiente ser independiente, es preciso otra -y nueva- interdependencia, que promueva la actuación individual y colectiva, para superar esta civilización consumista, esta manera de producir y distribuir la riqueza social y esta absurda forma de entendernos sin escucha.

Autonomía no es, entonces, marginamiento, sino fuerza sin obediencia, voluntad sin autoritarismos, acuerdos colectivos sin imposiciones, democracia sin votos y con argumentos; pero no solo con argumentos ilustrados que tanto nos seducen, sino con los argumentos de la escucha activa, mutua y colectiva. Tendríamos que decirnos: basta también de pedantería y caudillismo, de autoproclamarnos vanguardias, directores y presidentas. Las vanguardias, en la historia, han surgido de lo subterráneo, no van adelante siempre, también van empujando. Habría que acabar con la historia de los héroes y de las heroínas, con la quijotesca de nuestras políticas, para que viva el individuo, pero orientado y ensamblado como sujeto colectivo.

Todo esto tendríamos por decirnos para llevarnos a preguntar ¿desatar o contener la indignación? A desatar digo yo, lo que más podamos. La inacción no puede seguir siendo una opción ¿Sumar y agregar o multiplicar y potenciar? La ya tradicional forma de unidad política que se ha instalado como lugar común, es también preciso superarla. No busquemos, pues, sumar y agregar sujetos, actores y factores para el cambio, sino más bien duplicarlos, triplicarlos y multiplicarlos, potenciar las luchas, las rebeldías, los inconformismos y las iniciativas. Potenciar es la tarea nuestra más que liderarlos. Multiplicar sujetos y potenciar rebeldías, insisto.

¿Avanzamos hacia las localidades? ¿O avanzamos mejor hacia luchas nacionales? ¿Cómo articulamos ambas maneras de disputar el poder público como ciudadanía? La pregunta es confusa y no debe llamar a engaños. Es preciso instalar un principio, un fundamento y un criterio común: halar para y desde abajo, enraizar la protesta, territorializar la organización; movernos hacia el lugar y momento en que seamos horizontales, en el que los ilustrados no son pedantes, en el que los analfabetas no son ignorantes, en el que los liderazgos no van por lo alto, en el que las decisiones son de todas y para todos. Pero ese todos -preciso yo-, no incluye a los aristócratas de la ciudad. Así sus falsas lágrimas conmuevan, son más los ríos de llanto que ellos han desatado. Merecen una derrota moral y para eso también estamos.

Pero no será fácil hacerlo ¿Como pasar de la indignación y de la manifestación, a lucha organizada desde abajo? ¿Cuál plan asumir? Vienen años de posibilidades. Requerimos un plan de comunicaciones y de acciones comunicativas directas. Varias campañas propongo: una contra la represión que nos ponga a la iniciativa frente sus efectos. Una campaña que instale la necesidad y potencia de otra democracia posible. Una que promueva la rebeldía generalizada. Un plan de protestas y acciones hacia una nueva asamblea ciudadana. Una plataforma de convocatoria como peldaño intermedio con organizaciones populares y cívicas para llegar con fuerza a disputar la convocatoria con ese sindicalismo amarrado. Un llamamiento a la ciudadanía digna, crítica y entusiasta. Una coordinación con los movimientos pequeños que llegamos (como el de revocatoria a Peñalosa, el de desmonte del SOAT, el de la salud, la educación, los vendedoras ambulantes, los medios de comunicación alternativa, las secundaristas, los artistas, los colectivos que promueven el uso de la bicicleta, los que promueven por el desmonte del ESMAD, y un largo, larguísimo, etc). Promover la indagación, la inquietud y el entendimiento mutuo en nuestros futuros encuentros. Analizar la actualidad y discutirla para proyectar horizontes comunes.

Busquemos más apoyo mutuo. El apoyo mutuo no es solo unirnos alrededor de causas comunes, sino respaldarnos como partes que se unen. Fuerza para todxs, alegría siempre y mucha tranquilidad.

Individuo Común.

La Coalición de Movimientos y Organizaciones Sociales de Colombia, COMOSOC es un proceso de articulación de organizaciones sociales de base locales, regionales y nacionales, que existe de hace casi 20 años y trabaja para dar a los movimientos sociales un papel político, de actores protagónicos en la construcción de cambio en el país.

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