CAMILO TORRES RESTREPO: Un pensamiento propositivo para la paz de Colombia

El 3 de febrero de 2016 se cumplieron 87 años del natalicio del sacerdote, sociólogo, y líder social y político Camilo Torres Restrepo. El 15 de febrero se cumplierán 50 años de su muerte en las filas de las guerrillas del Ejército de Liberación Nacional (ELN), en el corregimiento de Patio Cemento, departamento de Santander. El 12 de mayo de 2015 han de conmemorase los 50 años de la propuesta de Frente Unido del Pueblo hecha por Camilo, alrededor de una plataforma de lucha y una idea de unidad de las fuerzas democráticas, de izquierda y populares que transitara el difícil camino de la lucha política e impulsara las trasformaciones necesarias para el bienestar de las clases populares y en general de la sociedad colombiana.


Estas conmemoraciones se dan en una coyuntura muy particular: el avance de las conversaciones de paz entre el Gobierno Nacional con la insurgencia de las FARC-EP y el desarrollo de la fase exploratoria de conversaciones con el ELN. El tema de la paz ocupa la agenda nacional. Después de más de sesenta años de conflicto armado parece tener eco, tanto en la insurgencia y en el Gobierno Nacional, el clamor nacional de paz construido por distinto sectores de la sociedad colombiana, a través de distintos eventos y las más diversas manifestaciones populares y sociales.

Convocar la figura y el pensamiento de Camilo Torres Restrepo resulta pertinente y necesario en esta fase de incertidumbres y búsquedas de imaginarios de unidad y posibilidades de organización política, para abordar la fase de un posible postconflicto cargado de movilización social y política, y posibilidades democráticas de que sectores tradicionalmente excluidos puedan convertirse, en distintos territorios y a diferentes niveles, como auténticas alternativas de poder. Pero esto será posible si pueden encontrarse en un proceso unitario en el que se reconozca y respete la diferencia, y se fijen propósitos comunes en el marco de procesos de corto, mediano y largo alcance donde puedan adquirir forma y realidad histórica las expresiones del poder popular y ciudadano, en torno a agendas reivindicativas y plataformas políticas esenciales.

Esta es una idea central del pensamiento de Camilo Torres Restrepo, en el periodo que precede a su incorporación al ELN, por la cual se movilizó en todo el país, encontrando importantes respaldos, así como abrumadoras y desesperanzadoras expresiones de dogmatismo y sectarismo político de las izquierdas tradicionales, que no permitieron que las ideas germinaran y se consolidaran en un gran movimiento social y político de raigambre popular. El concepto de Unidad y la necesidad de un Frente Unido del Pueblo, entorno a una plataforma de lucha social y política, fueron en su momento y sigue siendo aún componentes del pensamiento de Camilo, profundamente válido.

Han pasado casi cincuenta años y el desarrollo de la confrontación social y política ha dejado una estela de tragedia, terror y muerte del que la sociedad colombiana tiene la responsabilidad y obligación de salir, y la izquierda, los movimientos sociales y políticos, las distintas poblaciones y las gentes que habitan todos los territorios, el compromiso de construirse desde una perspectiva política que coloque al centro del proceso de reconstrucción del país la tarea central de trabajar por la unidad y la organización de los sectores populares, en el marco de una práctica política renovada y vigorosa con el suficiente músculo unitario, capaz de convertirse en una auténtica alternativa de poder.

La necesidad de organizar y potenciar la capacidad de participación y de construcción de escenarios de poder social y popular, en el marco de una democracia renovada y trasformada por nuevos modelos de gobierno, gobernabilidad y gobernanza hacen parte de los imaginarios de Camilo, que hoy es necesario recuperar para que los sectores populares protagonicen en los diversos territorios los procesos de cambio que se requieren para construirse en “dignidad” conforme lo soñó Camilo.

Al conmemorarse este nuevo aniversario de la desaparición física de Camilo Torres Restrepo, resulta útil echar mano de su pensamiento y desde su vigencia aportar a las urgencias políticas de hoy y a las de la construcción de una paz con libertad, democracia y justicia social.

1. Camilo: la violencia y la guerra revolucionaria

A Camilo se le ha dimensionado desde su condición de sacerdote–revolucionario y especial admiración se ha mostrado por su disposición para la lucha, incluyendo la lucha armada, como la forma de oponerse a la violencia institucional a través de la contraviolencia, en un contexto de estrecheces democráticas, agudas persecuciones, asesinatos, masacres, desapariciones y desplazamientos generados por los ajustes requeridos para el desarrollo del modelo político y las urgencias del capitalismo emergente en nuestro País. Siendo hijo de la violencia, no era de su naturaleza el ejercicio de la misma. Lo que era propio de su condición humana era su capacidad para hacer uso de lo que Albert Einstein llamó la más poderosa y creativa de todas las fuerzas de la naturaleza: el amor humano, que en Camilo adquiere una condición revolucionaria y profundamente humanista al hacerse amor eficaz.

Camilo nace en el fervor de las luchas sociales y sindicales de finales de la década del treinta, en donde los actores que van a desarrollar los conflictos del siglo XX apenas se están configurando en sus identidades sociales y construyendo sus respectivas agendas de derechos y reivindicación, marcadas desde sus comienzos por prácticas de exclusión y violencia criminal. Ahí están las luchas de los campesinos por la tierra y el trabajo digno en las asociaciones y ligas campesinas que marcaron rutas hacia la demanda de las primeras y hasta hoy insuficientes reformas agrarias; los obreros emergiendo a la historia y soportando la explotación de las empresas transnacionales en enclaves criminales del petróleo y del banano, levantando huelgas por derechos fundamentales como el trabajo, la jornada laboral, el descanso, el salario digno, la seguridad, el derecho a la organización sindical y a la huelga; las comunidades indígenas retomando las luchas de la resistencia, de la mano de Quintín Lame, para conservar sus territorios, mantener sus condición de pueblos y naciones comunitarias, conservar sus lenguas y dialectos, las formas de la organización social y política, su cultura, sus prácticas de justicia, su autonomía. El movimiento de las mujeres unidas en sus derechos a los trabajadores y sus reivindicaciones en lo esencial: trabajo – descanso – educación como bien supo enunciarlo y defenderlo María Cano; el Movimiento Cívico y Ciudadano contra el clientelismo, el manzanillismo y la corrupción en las empresas públicas del acueducto, el alumbrado y el tranvía, enfrentado funcionarios corruptos y prácticas de nepotismo en la calles, animados por caudillos naturales de manera multitudinaria; los estudiantes cumpliendo con su servicio social voluntario de seguridad, reemplazando policías violentas, criminales y corruptas.

Camilo desarrolla su niñez en medio de aceleradas y conflictivas transformaciones, que buscan llevar al país de una economía señorial centrada en el campo a un capitalismo dependiente, que requiere de centros urbanos y mano de obra. Crece a la sombra de las reformas liberales y la violencia política interpartidista. Atraviesa en su juventud la dictadura del General Gustavo Rojas Pinilla, para llegar cargado de vitalidad, entusiasmo, compromiso y amor eficaz a un importante proceso político, como lo fue el Frente Unido del Pueblo. En escasos cuatro años, pasó de sociólogo y sacerdote a líder y dirigente social y político, y de defensor de la contraviolencia, movido por un altruismo extremo, a guerrillero del ELN.

Camilo era sabedor de los problemas de los campesino y de los habitantes de los barrios populares; desarrolla trabajo con comunidades en los barrios del sur de la ciudad capital (Tunjuelito y San Carlos); conoce los padecimientos de la reforma agraria, la violencia del campo y en particular de los movimientos agrarios del sur del país, construidos por colonos que a punta de necesidad van ampliando la frontera agrícola; participa en los programas institucionales de la reforma agraria y se angustia con las amenazas contra Marquetalia, el Pato, Guayabero y Riochiquito, señaladas como Repúblicas Independientes; sabe de los padecimientos de los trabajadores en las fábricas, de sus sindicatos y de sus luchas, y vive con especial pasión las luchas estudiantiles en su condición de capellán de la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá.

Camilo no solo es de la generación de la violencia y el conflicto social, también lo es de la segunda postguerra y de la guerra fría, de las luchas de liberación y descolonización, de la oleada revolucionaria de América Latina despertada por la revolución cubana; en síntesis, es un hombre de su tiempo. Pero su esencia, el material de que está hecho, es de humanismo y de amor eficaz. Su condición cristina y revolucionaria se unieron para conducir sus prácticas de amor y humanismo, a la entrega absoluta y a las incertidumbres de la lucha armada en las consignas del ELN.

El 10 de febrero de 2015, la Comisión de Historia del Conflicto y las Víctimas (CHDCV) entregó el informe final: doce (12) ensayos y dos relatorías, que colocan a disposición de la nación las distintas explicaciones de los orígenes, causas, determinantes y consecuencias del conflicto social, político y armado en Colombia. No hay una única historia, no hay una única verdad. Gran parte de las explicaciones que se dan desde los distintos horizontes teóricos e interpretativos, muestran la complejidad de fenómenos que Camilo en su momento tuvo que sortear, enfrentar y pensar en sus posibles soluciones.

El país fue resolviendo parte de las agendas de lucha de la década de los sesenta de manera insuficiente, creando un déficit de atención social que se hizo inmanejable con el paso del tiempo y los gobiernos. No logró construir ni un Estado ni una institucionalidad lo suficientemente fuerte como para dar albergue a una sociedad civil fuerte, organizada y capaz de generar, legal y legítimamente, los cambios que requería el país. El proceso de modernización del Estado y la sociedad siguió la desafortunada ruta de la violencia y la guerra, y contó con unas élites políticas y económicas mezquinas y corruptas, que no les importó desangrar el país, si sus intereses se veían afectados.

Hoy se requiere de una nueva lectura de los procesos y conflictos que ayuden a potenciar el imaginario de rutas de solución; recuperar las autonomías del pensamiento social y político para pensarse en contextos reales y formular para sus problemas, con suficiente autonomía, políticas públicas pertinentes. Esa es una preocupación Camilista.

2. Pluralismo Utópico y unidad política

A las puertas de un proceso que está por construirse hay que volver a retomar la senda transitada por Camilo, que fue llenando de urgencias y profundas preocupaciones sobre la necesidad de constituir a las clases populares en un sujeto social, cargado de reconocimiento e identidades propias que explicitan las condiciones de su realidad social e histórica, y se erigen en sujetos de derechos, definen a través de programas y plataformas sus agendas reivindicativas y de derechos, y desde allí se hacen sujetos político, convirtiéndose en comunidades organizadas, con capacidad de movilización, decisión y gestión política y social.

Hay una realidad concreta que da razón por los estados de pobreza, marginalidad, indigencia, desempleo y falta de oportunidades para construirse en dignidad, y hay una explicación amplia de los determinantes económicos que generan y agudizan esas realidades a través de la desigualdad, la inequidad, la exclusión, la discriminación y todo lo que ello genera en materia de traumatismos sociales y anomias.

Pensarse en términos de las urgencias del presente, definir una plataforma de realizaciones para lo inmediato, posesionar en las comunidades el sentido de lo que significa la unidad como fundamento de poder y la organización como posibilidad trasformadora, es poner en marcha, para estos tiempos, lo que Camilo pretendió hacer para su tiempo. Desde luego que esta es una tarea difícil y de las más altas responsabilidades, y no puede realizarse si no se cuenta con una fuerza inteligente y comprometida, dispuesta a colocar su proyecto de vida al servicio de la construcción de lo humano y su “dignificación”. Una tarea que requiere reconocerse como distintos y respetarse para poder construir unidad y organización, que son sin duda los dos mayores retos que tiene todo proceso de participación política que se fije como propósito transformar la sociedad.

Desideologizar el discurso, politizar la práctica

La etapa de desideologizar el discurso no significa renunciar a las ideologías, ni a tener principios o no hacer parte de un proyecto ético y político, capaz de pensarse en relación con el futuro y el bienestar de la nación, no. Es una etapa para pensarse esencialmente en el escenario de la política, donde se construyen los procesos de cambio que requiere el país y en el que todos los sectores deben ser protagonistas de primera línea.

El 15 de enero del 2006 en la Universidad Nacional, en la conmemoración de los 40 años de la muerte de Camilo, uno de los más destacados y juiciosos constructores del pensamiento Camilista, Orlando Fals Borda (q.e.p.d.), hizo una ilustrativa disertación sobre los imaginario del Frente Unido del Pueblo propuesto por Camilo, que él acompaño, para señalar que:

El Padre Camilo Torres Restrepo…, creó el Frente Unido como un aparato político que él denominó “pluralista”. En esta forma logró armar una nueva utopía para el país. Esta utopía tenía ingredientes especiales, como aquellos derivados de convicciones religiosas y del examen de la realidad nacional y de las revoluciones latinoamericanas contemporáneas, en especial la cubana…, la utopía pluralista de Camilo Torres… Al trascender la realidad y pasar al plano de la práctica, su planteamiento tiende a modificar profundamente el orden de cosas existente, produciendo crisis sociales y personales, induciendo el examen crítico de la sociedad e impulsando el cambio subversor necesario.

Ese pluralismo utópico adquiere forma y sentido en el presente de Camilo, y vigencia en esta Colombia de hoy. Cómo podría no tener valor y sentido un planteamiento como el formulado en la Plataforma del Frente Unido del Pueblo (22 de mayo de 1965), en donde se afirma que “el aparato político que debe organizarse debe ser de carácter pluralista, aprovechando al máximo el apoyo de los nuevos partidos, de los sectores inconformes de los partidos tradicionales, de las organizaciones no políticas y, en general, de las masas”. Una mirada que no se encasilla, que transciende los reservados espacios de la izquierda para pensarse con la sociedad en su conjunto. La idea de Camilo adquiere sentido, no en cuanto se quede como enunciado teórico que orienta desde el discurso el que hacer de los otros, sino en cuanto entiende y asume el cambio subvertor necesario, en la propia corporalidad de su territorio, en la práctica social y política que lo habita.

Tal vez sea injusto afirmar que la gran tragedia de la izquierda colombiana y de sus liderazgos más reconocidos fue trabajar más con el discurso y la ideología, que con la realidad y la práctica transformadora de la misma, haciendo asistencialismo revolucionario, y asumieron con misticismo un compromiso sin una ruta que construyera en el presente lo que debería ser el futuro. Llevados por una inapropiada forma de concebir la ideología, generaron más fraccionamiento y dispersión que unidad y dinámicas de trasformación. Si bien las ideologías guían el accionar político es la política como práctica la que construye la realidad histórica.

Según Fals Borda, en Camilo “el pluralismo utópico es una herramienta para unir grupos diversos, y hacerlos mover hacia una misma dirección. Se presenta como una estrategia que busca cambiar las reglas del juego, y que al hacerlo quiere promover el cambio del orden social y político en que se desarrolla”. Pero, por su misma naturaleza diversa, no busca crear sistemas cerrados y autoritarios, sino sociedades libres y abiertas que persiguen la utopía del desarrollo humano y de la libre personalidad. “Una sociedad en la que se encuentran diversas tendencias, pero que tienen las mismas metas valoradas, aquellas que hoy podríamos definir como provenientes de pueblos originarios. Con este fin se unen todas en un impulso común de creación que permite una amplia libertad de cruces ideológicos, y que ofrece alternativas para escoger las vías de acción con base en una moderna racionalidad.

La unida en la diversidad es el fundamento del pensamiento unitario de Camilo, pero es esa diversidad, ese pluralismo utópico, el que constituye la esencia de un auténtico régimen democrático. He ahí un aporte fundamental a la paz en nuestra Colombia del Siglo XXI.

La produccion de Camilo busca dar razón por las causalidades del conflicto y las necesidades de las clases populares, de ahí su preocupación por la pobreza como tema de investigación científica, sociológica y política, por las transformaciones del campo y el mejoramiento de la vida de las comunidades rurales, su particular compromiso con los sectores sociales que van configurando en la marginalidad las nuevas formas de habitar y demandar en derechos los espacios urbanos, acompañando las demandas en vivienda, servicios públicos, salud, educación, trabajo…. Todos estos elementos son constitutivos de su concepción de la dignidad humana, la que une a la construcción de las responsabilidades y la demanda de obligaciones de las clases populares, en una acertada convicción de que nadie puede quedarse por fuera de las dinámicas y los procesos de cambio que requiere el país.

Construir los cambios con todos, desde el amor eficaz

Si se logran sustraer de los radicalismos de la época sus mensajes y proclamas, y se centra su lectura en los argumentos con que se construyen sus llamados, se logrará el acercamiento a un Camilo preocupado por darle a los sectores populares un papel determinante en el cambio de su actitud frente a la vida, en los procesos de dignificación de la misma. Fals Borda (2002) plantea que sacar a Camilo de los radicalismos de la época es conservar el discurso en sus raíces, en su esencia más pertinente e histórica, en su validez trascendente, y esa es una tarea que debe fijarse todo camilista auténtico.

Es muy útil en la Colombia de hoy, que construye un camino con esfuerzo para pasar de la guerra a la paz, de la violencia a la convivencia democrática, de la exclusión al pluralismo utópico, llamar la atención, como lo hizo Camilo en su momento, sobre la violencia institucional, los partidos políticos Liberal y Conservador, las izquierdas, los comunistas, los militares y las fuerza pública en general, las élites políticas y económicas…, sobre el desempleo, las mujeres, los campesinos, los pobres de las ciudades, los cristianos, los sindicalistas, y en fin sobre las necesidades y urgencias de hoy, en la perspectiva de lo que ayer Camilo llamó las clases populares.

No es fácil para el país, después de sesenta o más años de conflicto, apostarle con credibilidad a un horizonte de futuro que ofrezca una paz estable y duradera para unos, y con justicia social y democracia para otros. No resulta fácil porque existe viva una memoria de engaños e incumplimientos, de inútiles sacrificios, de muerte y desconocimiento de responsabilidades, una memoria de injusticia y de impunidad. No obstante, esa desafortunada realidad no se puede perder la esperanza de poder vivir en un país distinto construido por todos. Desde luego que la confianza, credibilidad y seguridad en los procesos se construye día a día, con auténticos hechos de paz, desescalando los espíritus y las malas intenciones, los rencores, los odios y las trágicas cadenas de venganza.

Camilo nos ha heredado una radiografía de la violencia y un pronóstico de su escalamiento hasta la deshumanización. Apenas, este 10 de febrero del 2015, la Comisión Histórica del Conflicto y las Víctimas (CHDV), ha entregado su informe y en no pocos párrafos se repite lo que Camilo en su momento había señalado sobre los orígenes del conflicto en el Mensaje a la oligarquía (Frente Unido No. 1, 9 de diciembre de 1965):

Durante más de 150 años la casta económica, las pocas familias que tienen casi toda la riqueza colombiana, ha usurpado el poder político en su propio provecho. Ha usado todas las artimañas y trampas para conservar ese poder engañando al pueblo.

Inventaron la división entre liberales y conservadores. Esta división, que no comprendía el pueblo, sirvió para sembrar el odio entre los mismos elementos de la clase popular. Esos odios ancestrales transmitidos de padres a hijos han servido únicamente a la oligarquía. Mientras los pobres pelean, los ricos gobiernan en su propio provecho. El pueblo no entendía la política de los ricos, pero toda la rabia que sentía por no poder comer ni poder estudiar, por sentirse enfermo, sin casa, sin tierra y sin trabajo, todo ese rencor lo descargaban los liberales pobres contra los conservadores pobres y los conservadores pobres contra los liberales pobres. Los oligarcas, los culpables de la mala situación de los pobres, miraban felices los toros desde la barrera, ganando dinero y dirigiendo el país. Lo único que dividía a los oligarcas liberales de los oligarcas conservadores era el problema de la repartición del presupuesto y de los puestos públicos. El presupuesto nacional, las rentas públicas, no alcanzaban para dejar satisfechos a los oligarcas conservadores y liberales reunidos. Por eso peleaban para llegar al poder; para saldar las cuentas electorales dándole puestos públicos a los gamonales adictos y repartirse el presupuesto excluyendo totalmente a los del otro bando político.

Cuarenta años los liberales no tuvieron puestos y después les sucedió otro tanto a los conservadores durante 16 años. Las diferencias políticas y religiosas ya habían cesado. Ya no se peleaba entre los oligarcas sino por la plata del gobierno y por los puestos públicos. Mientras tanto, el pueblo se daba cuenta de que su lucha por el partido liberal o por el partido conservador lo hundía cada vez más en la miseria. Los ricos no se daban cuenta de que el pueblo estaba harto de ellos. Cuando apareció Jorge Eliécer Gaitán enarbolando la bandera de la restauración moral de la República, lo hizo tanto en contra de la oligarquía liberal como de la conservadora. Por eso las dos oligarquías fueron anti gaitanistas. La oligarquía liberal se volvió gaitanista después que la oligarquía conservadora mató a Gaitán en las calles de Bogotá.

Ya iniciada en el camino de la violencia para conservar el poder, la oligarquía no parará en el uso de esa violencia. Puso a los campesinos liberales a que se mataran con los conservadores. Cuando la agresividad, el odio y el rencor de los pobres se desbordaron en una lucha entre los necesitados de Colombia, la oligarquía se asustó y propició el golpe militar. El gobierno militar tampoco sirvió en forma suficientemente eficaz a los intereses de la oligarquía. Entonces el jefe de la oligarquía liberal, doctor Alberto Lleras Camargo, y el jefe de la oligarquía conservadora, doctor Laureano Gómez, se reunieron para hacer un examen de conciencia y se dijeron: «Por estar peleando por el reparto del presupuesto y del botín burocrático, casi perdemos el poder para la oligarquía. Dejémonos de pelear por eso haciendo un contrato, dividiéndonos el país como quien se divide una hacienda, por mitad, entre las dos oligarquías. La paridad y la alternación nos permiten un reparto equitativo y así podemos formar un partido nuevo, el partido de la oligarquía». Así nació el Frente Nacional como el primer partido de clase, como el partido de la oligarquía colombiana.

Camilo no deja de cuestionar esas lógicas de paz que restituyen los derechos de los ricos y dejan en iguales o peores condiciones a los desposeídos, una paz de ajustes, sin cambios sustanciales que favorezcan a los marginados, a los excluidos, a los más desprotegidos, por eso no duda en manifestarse contra el nuevo pacto en el mismo Mensaje a la oligarquía:

El Frente Nacional ofreció paz y los campesinos siguen siendo asesinados; se realizaron matanzas obreras de los azucareros y de Santa Bárbara, se invadieron las universidades y se aumentó el presupuesto de guerra.

El Frente Nacional dijo que remediaría la situación financiera, y duplicó la deuda externa produciendo tres devaluaciones (hasta ahora) y con ellas la miseria del pueblo colombiano por varias generaciones. El Frente Nacional dijo que haría la reforma agraria, y no hizo sino dictar una ley que garantiza los intereses de los ricos en contra de los derechos de los pobres”.

Este proceso de conversaciones y de acuerdos políticos, que avanza entre el Gobierno Nacional y la insurgencia, no puede repetir esta historia de tragedias e incumplimientos. La clase política tienen una responsabilidad con el país de refundar la política para ponerla al servicio de la construcción del interés público y del interés común, de la protección y defensa de los patrimonios estratégicos de la nación. Pero las bases sociales de los partidos políticos y de los movimientos sociales tienen que aprender a distinguir entre los líderes que se comportan como auténticos servidores públicos y los que como servidores se comportan como auténticos delincuentes. Ampliar y profundizar la democracia es parte de los elementos centrales del pensamiento de Camilo, que se sintetizan en la necesidad de que el pueblo a través de sus mejores y más nobles representantes sea quien esté llamado al ejercicio del poder político.

También es una responsabilidad de las élites económicas comprometerse en la generación de una mejor y más justa sociedad, contribuyendo significativamente a generar mayor equidad y mayor bienestar. Estas deben entender lo que significa el valor agregado que le da a la actividad económica una sociedad en paz. La finalización del conflicto no puede mantenerse en una sociedad en la que crece la pobreza y en donde la realidad no deja de burlarse de los estándares de medición de los tecnócratas y burócratas del Estado. Las élites económicas que participaron en la financiación de la guerra tienen una obligación moral con la financiación de la paz. Pero sobre todo, tienen que domesticar y someter al justo límite del reconocimiento legítimo social sus procesos de beneficio económico. No se trata, como ya lo señaló Gaitán, de combatir la riqueza que genera bienestar y progreso, se trata de combatir y acabar la riqueza que genera pobreza y violencia.

Hoy se convoca un proceso de reflexión sobre el papel de la fuerza pública en el postconflicto, que no puede dejar de lado una reflexión sobre sus dignidades y valores brutalmente desfigurados en su privatización, y la desfiguración de su función constitucional. Es difícil no dejarse llevar por la provocativa y válida reflexión de Camilo sobre la composición de la fuerza pública, de sus valores y de su papel en un momento tan importante para la institución como el que atraviesa en este instante por el proceso de paz. Desde luego, que en estos sesenta años de guerra, los miembros de la institución se han transformado, se han formado profesionalmente y han fortalecido y consolidado su espíritu de cuerpo. Pero eso, no le resta validez a la reflexión que Camilo (Frente Unido No. 3, 9 de septiembre de 1965) hace en el Mensaje a los militares:

En varias ocasiones he visto a campesinos y obreros uniformados, dentro de los cuales nunca he encontrado elementos de la clase dirigente, golpear y perseguir a campesinos, obreros y estudiantes que representan a la mayoría de los colombianos. Ni dentro de los suboficiales, ni dentro de los oficiales, con raras excepciones, he encontrado a miembros de la oligarquía…

Puede ser que el motivo para que los militares obren así sea la entrega a las leyes, a la Constitución y a la Patria. Pero la Patria colombiana consiste principalmente en sus hombres y la mayoría de estos sufre y no disfruta del poder. La Constitución es violada constantemente al no dar trabajo, propiedad, ni libertad, ni participación en el poder a un pueblo que debe ser, de acuerdo con la Constitución, el que decida de los asuntos políticos en el país. La Constitución es violada cuando se mantiene un estado de excepción después de haber cesado las causas que fueron el pretexto para su declaración. Las leyes son violadas cuando se detiene a los ciudadanos sin orden de captura, cuando se retiene la correspondencia, cuando se impide transitar por las calles a los ciudadanos, cuando se controlan los teléfonos y se miente y se engaña (…).

Quizás es necesario informar más a los militares sobre el lugar en donde está la patria, la Constitución y las leyes, para que no crean que la patria está formada por las 24 familias que actualmente protegen, por quienes dan su sangre y de quienes reciben tan mala remuneración.

Para Camilo Torres Restrepo, siguiendo con el Mensaje a los Militares, cuando la fuerza pública retome el papel que les ha sido asignado constitucionalmente, en materia de seguridad y defensa, y se fijen como propósito la defensa de la nación, el territorio, la institucionalidad democrática y las leyes:

El honor de las fuerzas armadas no será entonces mancillado por el capricho de la oligarquía y de los lacayos que tengan a su servicio las fuerzas armadas. No veremos más a generales de tres soles ser destituidos por haber hablado de reformas de estructura y de grupos de presión. No veremos más a generales que tienen un origen en la clase media echados por (corruptos) con escándalos públicos mientras que los superiores de la clase alta o relacionados con la oligarquía colombiana hacen (de la corrupción un negocio) que logran mantener oculto, corrupción que va directamente contra los intereses del país y contra la soberanía nacional”.

Son distintos los llamados que entraña el mensaje de Camilo en estos tiempos presentes a los militares: la necesidad de superar las diferencias sociales, étnicas y culturales al interior de la institución para que esta se construya en un orden de seres iguales, independiente de su raza, su condición social o cultural. Una institución donde sus miembros cuentan con un universo de oportunidades para formarse, no solo en la carrera militar, sino como seres humanos y profesionales al servicio de su país. Una fuerza pública al servicio de la nación y no de los intereses de las élites económicas y del capital, cumplidora de las funciones naturales de su condición de fuerzas armadas y militares, que no es otra que la defensa de la nación, el territorio, la institucionalidad y la ley: el ofrecimiento y garantía plena de la seguridad ciudadana y la lucha eficaz contra el crimen organizado, nacional y trasnacional. Una fuerza pública que tenga lo justamente necesario para desempeñarse con eficiencia y sea tan grande como humana y técnicamente se requiera.

Camilo nos convoca a superar la estigmatización y el señalamiento que se hace al pensamiento crítico, a los líderes sociales, políticos y populares de enemigos de la institucionalidad, de la nación y de la democracia. Ampliar y profundizar la democracia requiere del reconocimiento de la diversidad, de la posibilidad del disenso, de la existencia de una oposición fuerte, de la desestigmatización de las prácticas de oposición y de su legitimación. Esto demanda que sectores de la fuerza pública, de las élites económicas, sociales y políticas superen la concepción anticomunista, antisubversiva y el señalamiento a sus contradictores. A este respecto Camilo es claro en su Mensaje a los comunistas (Frente Unido No. 2, 2 de septiembre de 1965):

(…) Por lo tanto, no puedo ser anticomunista ni como colombiano, ni como sociólogo, ni como sociólogo, ni como cristiano, ni como sacerdote.

No soy anticomunista como colombiano, porque el anticomunismo se orienta para perseguir a compatriotas inconformes, comunistas o no, de los cuales la mayoría es gente pobre.

No soy anticomunista como sociólogo, porque en los planteamientos comunistas para combatir la pobreza, el hambre, el analfabetismo, la falta de vivienda, la falta de servicios para el pueblo, se encuentran soluciones eficaces y científicas.

No soy anticomunista como cristiano, porque creo que el anticomunismo acarrea una condenación en bloque de todo lo que defienden los comunistas y, entre lo que ellos defienden, hay cosas justas e injustas. Al condenarlos en conjunto, nos exponen a condenar igualmente lo justo y lo injusto, y eso es anticristiano.

No soy anticomunista como sacerdote, porque aunque los mismos comunistas no lo sepan, entre ellos puede haber muchos que son auténticos cristianos. Si están de buena fe, pueden tener la gracia santificante y si tienen la gracia santificante y aman al prójimo se salvarán. Mi papel como sacerdote, aunque no esté en el ejercicio del culto externo, es lograr que los hombres se encuentren con Dios, y, para eso, el medio más eficaz es hacer que los hombres sirvan al prójimo de acuerdo a su conciencia.

Yo no pienso hacer proselitismo respecto de mis hermanos los comunistas, tratando de llevarlos a que acepten el dogma y a que practiquen el culto de la Iglesia. Pretendo, eso sí, que todos los hombres obren de acuerdo con su conciencia, busquen sinceramente la verdad y amen a su prójimo de forma eficaz.

(…) Los comunistas deben saber muy bien que yo tampoco ingresaré a sus filas, que no soy ni seré comunista, ni como colombiano, ni como sociólogo, ni como cristiano, ni como sacerdote”.

Hay en este planteamiento de Camilo una percepción profundamente democrática y creativa de los comunistas, más allá del sentido de sus estructuras partidarias o de sus imaginarios totalitarios. Expresa la validez de la agenda comunista en lo que se refiere a su preocupación altruista por el bienestar de lo humano: “combatir la pobreza, el hambre, el analfabetismo, la falta de vivienda, la falta de servicios para el pueblo, encontrar soluciones eficaces y científicas…” a sus problemas. Pero igual se preocupa por llamar la atención y establecer la diferencia entre lo que es social, política y económicamente justo e injusto. Y lo justo en Camilo es la construcción permanente de la dignidad humana a través de la práctica del amor eficaz. Por eso Camilo le da un lugar a las creencias y a la fe de los militantes de izquierda y no concibe para ellos, ni para los cristianos y su compromiso con los cambios estructurales de la sociedad y el Estado, que allí haya contradicción alguna.

Es indiscutible el papel jugado por los medios de comunicación, por lo general en manos de los grupos económicos, en la construcción de una cultura del señalamiento, la estigmatización y el escalamiento del conflicto. No existe una responsabilidad social e institucional de esos medios en la construcción de una cultura de convivencia democrática. Camilo ya lo había señalado en su momento y lo grave es que en cincuenta años no ha cambiado la actitud de los medios en el incremento de la polarización, tal como lo reitera en el Mensaje a los comunistas:

No importa que la gran prensa se obstine en presentarme como comunista. Prefiero seguir mi conciencia a plegarme a la presión de la oligarquía. Prefiero seguir las normas de los Pontífices de la Iglesia antes que las de los pontífices de nuestras clases dirigentes. Juan XXIII me autoriza para marchar en unidad de acción con los comunistas, cuando dice en su encíclica Pacem in terris: «Se ha de distinguir también cuidadosamente entre las teorías filosóficas sobre la naturaleza, el origen, el fin del mundo y del hombre, y las iniciativas de orden económico, social, cultural o político, por más que tales iniciativas hayan sido originadas e inspiradas en tales teorías filosóficas; porque las doctrinas, una vez elaboradas y definidas, ya no cambian, mientras que tales iniciativas encontrándose en situaciones históricas continuamente variables, están forzosamente sujetas a los mismos cambios. Además, ¿quién puede negar que, en dictados de la recta razón e intérpretes de las justas aspiraciones del hombre, puedan tener elementos buenos y merecedores de aprobación?

Nutrido por el contenido de las encíclicas papales, Camilo señala algo que en muchas ocasiones sus seguidores más ciegos no alcanzan percibir porque se nutren de sus ideas de manera ortodoxa y sectaria, sin comprender que en Camilo la dialéctica de las trasformaciones hacía parte esencial de su percepción del mundo, tal como lo manifiesta en el Mensaje a los comunistas:

Teniendo presente esto, puede a veces suceder que ciertos contactos de orden práctico, que hasta aquí se consideraban como inútiles en absoluto, hoy por el contrario sean provechosos, o puedan llegar a serlo. Determinar si tal momento ha llegado o no, como también establecer las formas y el grado en que hayan de realizarse contactos en orden a conseguir metas positivas, ya sea en el campo económico o social, ya también en el campo cultural o político, son puntos que sólo puede enseñar la virtud de la prudencia, como reguladora que es de todas las virtudes que rigen la vida moral tanto individual como social.

Un papel especial tienen que jugar los cristianos y los católicos en el proceso de las transformaciones del orden social y político. Su compromiso con sus creencias tiene que revestirse de una práctica eficaz que los conduzca a la realización plena del ser humano. Por esto Camilo, no deja de lado la responsabilidad que en general tienen los católicos con la construcción del bienestar y de la paz, tal como lo manifiesta en el Mensaje a los cristianos (Frente Unido No. 1, 26 de agosto de 1965):

Lo principal en el Catolicismo es el amor al prójimo. «El que ama a su prójimo cumple con su ley.» (S. Pablo, Rom. XIII, 8). Este amor, para que sea verdadero, tiene que buscar eficacia. Si la beneficencia, la limosna, las pocas escuelas gratuitas, los pocos planes de vivienda, lo que se ha llamado «la caridad», no alcanza a dar de comer a la mayoría de los hambrientos, ni a vestir a la mayoría de los desnudos, ni a enseñar a la mayoría de los que no saben, tenemos que buscar medios eficaces para el bienestar de las mayorías.

Camilo sabe que la “revolución”, que tanto espanta a las clases dominantes, no es otra cosa que la materialización de una agenda mínima de derechos, en un proceso de construcciones democráticas en que el pueblo, los sectores marginados, puedan acceder al ejercicio del poder para impulsar desde allí los cambios que se requieran. La “revolución” para él, citada en el Mensaje a los cristianos, es la manera eficaz y amplia de realizar el amor para todos:

(…) Por eso la Revolución, por lo tanto, es la forma de lograr un gobierno que dé de comer al hambriento, que vista al desnudo, que enseñe al que no sabe, que cumpla con las obras de caridad, de amor al prójimo, no solamente en forma ocasional y transitoria, no solamente para unos pocos, sino para la mayoría de nuestros prójimos. Por eso la Revolución no solamente es permitida sino obligatoria para los cristianos que vean en ella la única manera eficaz y amplia de realizar el amor para todos. Es cierto que «no haya autoridad sino de parte de Dios» (S. Pablo, Rom. XXI, 1). Pero Santo Tomás dice que la atribución concreta de la autoridad la hace el pueblo.

Una principal preocupación siente Camilo por las comunidades y problemas de la vida urbana, tema que hasta ahora poco ha sido trabajado en las mesas de conversación con la insurgencia. Hoy las ciudades requieren de especial atención, de juiciosos estudios e investigaciones que definan rutas de futuro y bienestar para sus pobladores porque lo que se visualiza, dadas las particulares condiciones de la vida urbana, es la intensificación de los conflictos urbanos girando desde la miseria y la exclusión hacia los problemas de la inseguridad y la violencia urbana. Pero sin duda el mayor problema de las ciudades, sin que deje de existir en las zonas rurales, es el desempleo. Camilo no dejó de tomar en consideración la crítica situación de los desempleados y la necesidad de que se organicen y movilicen en torno a sus derechos, así lo manifiesta en su Mensaje a los desempleados (Frente Unido No. 10, 28 de octubre de 1965):

(…) Los desempleados son los que más duramente soportan las consecuencias de nuestro subdesarrollo. La miseria de sus hogares, la angustia de no poder llevar al hogar el mercado necesario, de no poder pagar el arrendamiento, de no poder educar a los hijos, les está demostrando a todos los desempleados la necesidad de emprender la lucha (…). Ellos saben más que nadie que no son pobres porque no quieren trabajar sino porque no hay donde trabajar. Ellos saben que no es que el pueblo sea perezoso sino que la oligarquía que ahora es dueña de las fuentes de trabajo y es “dueña” del Estado no hace nada eficaz para solucionar verdaderamente sus problemas (…). Pero lo más grave está en que esa situación de desempleo crónico no tiende a solucionarse sino que por el contrario cada día el problema se hace más agudo (…)”.
Más allá de las trasformaciones políticas, de la solución de los problemas tradicionales, unidos al mapa de propiedad, tenencia y usos de la tierra y al reconocimiento de los derechos de los campesino, Camilo llama la atención sobre la necesidad de luchar porque la sociedad y el Estado garanticen el ejercicio pleno y de calidad de uno de los derechos fundamentales de la condición humana porque a través de él se garantiza la construcción de la vida digna: el derecho al trabajo.

Más allá de las ridículas estadísticas oficiales sobre el desempleo, lo que animar hoy a amplios sectores de la población es el reclamo sobre cuáles son las rutas que ha de seguir la economía y la política pública para garantizarles a los colombianos en condiciones de trabajar un empleo digno y de calidad. El ejercicio del derecho al trabajo, sin lugar a dudas, es uno de los cimientos más fuertes que puede tener una paz estable y duradera.

Las universidades y los jóvenes universitarios tienen una responsabilidad mayor con la consolidación de un proceso de paz y la construcción de una sociedad más democrática y justa.

Una amplia reflexión ha hecho Camilo Torres Restrepo sobre el papel de las universidades en la construcción del desarrollo del país y en la formación de los profesionales más idóneos para desempeñarse en los distintos frentes de trabajo. No solo hizo referencia a la pertinencia de los programas, sino al compromiso efectivo de los mismos con las comunidades. Él fue, sin la menor duda, el primero en llevarse los estudiantes a servir a las comunidades barriales a través del Movimiento Universitario de Promoción Comunal (MUNIPROC). Para Camilo, unir la universidad a las comunidades a través de los jóvenes en un contacto cargado de aprendizajes y compromisos fue siempre esencial. Su condición de capellán de la Universidad Nacional de Colombia, lo colocó frente a la realidad del mundo juvenil, de sus inquietudes, niveles de compromiso y, desde luego, con sus carencias y limitaciones. No deja de ser válida hoy la radiografía que con crudeza y realismo hace del papel de los estudiantes en la vida social y política del país, en su propia condición social, y sobre todo en las dificultades que tienen para organizarse y comprometerse con los cambios del país, como lo explicita en el Mensaje a los estudiantes (Frente Unido No. 9, 21 de octubre de 1965):

El estudiante universitario –el de las universidades donde no hay delito de opinión y el de los colegios donde hay libertad de expresión- tiene simultáneamente dos privilegiados: el de poder ascender en la escala social mediante el ascenso en los grados académicos, y el de poder ser inconformes y manifestar su rebeldía sin que esto impida este ascenso. En la fase agitacional (…), la labor estudiantil ha sido de gran eficacia. En la fase organizativa su labor ha sido secundaria en Colombia. En la lucha directa, no obstante las honrosas excepciones que se han presentado en nuestra historia (…), el papel tampoco ha sido determinante.

Una de las causas principales para que la contribución del estudiante a (los cambios estructurales del país) sea transitoria y superficial es la falta de compromiso del estudiante en la lucha económica, familiar y personal. Su inconformismo tiende a ser emocional (por sentimentalismos o por frustración) o puramente intelectual. Esto explica también el hecho de que al término de la carrera universitaria el inconformismo desaparezca o por lo menos se oculte y el estudiante rebelde deje de serlo para convertirse en un profesional burgués que para comprar los símbolos de prestigio de la burguesía tiene que vender su conciencia a cambio de (hoy, cualquier) remuneración.

Estas circunstancias pueden ocasionar graves peligros a una respuesta madura y responsable de los estudiantes al momento histórico que está viviendo Colombia. La crisis económica y política se está haciendo sentir con todo el rigor sobre los obreros y los campesinos. El estudiante, generalmente aislado de estos, puede creer que basta una actividad (política) superficial o puramente especulativa. Esa misma falta de contacto puede hacer que el estudiante traicione su vocación histórica; que cuando el país le exige una entrega total, el estudiante continúe con palabrería y buenas intenciones, nada más.

Cuando el movimiento de masas le exige un trabajo cotidiano y continuo, el estudiante se conforme con gritos, pedreas y manifestaciones esporádicas. Que cuando la clase popular les exige una presencia efectiva, disciplinada y responsable en sus filas, las estudiantes contesten con promesas vanas o con disculpas.

Quiero solamente exhortar a los estudiantes a que ellos tomen contacto con las auténticas fuentes de información para determinar cuál es el momento, cual su responsabilidad y cual tendrá que ser en consecuencia la respuesta necesaria. Esperamos que los estudiantes respondan a la llamada que les hace su patria en este momento trascendental de su historia y que para eso dispongan su ánimo para oírla y seguirla con una generosidad sin límite”.

Desde muy temprano, Camilo, al abordar la relación entre la universidad y los problemas sociales, advertía que para preocuparse por ellos se requería de una dosis mínima de altruismo, porque no de otra manera se sale del espacio del egoísmo para colocarse en dirección de la conquista y la salvaguarda del interés colectivo. Para Camilo, en Los problemas sociales en la universidad actual (1960) plantea que:

La universidad ha tenido siempre el papel de formar los dirigentes de un país, tanto desde el punto de vista científico como desde el punto de vista ético. Desde el punto de vista científico dotando a los futuros profesionales de aquellos conocimientos indispensables para investigar y resolver los problemas de su país, de su sociedad. Desde el punto de vista ético (…) dirigiendo sus inquietudes científicas más hacia el servicio (…) del prójimo, que al servicio de sí mismo”.

Esta que fue una preocupación de su tiempo sigue siendo vigente, contiene en su esencia el concepto de pertinencia: una universidad que se construye alrededor de los problemas de la nación y la sociedad, pero que adicionalmente a su desarrollo académico y científico se erige como un proyecto político y ético en el servicio de los intereses comunes. Camilo tuvo como preocupación central, no solo la formación de nuevos liderazgos comprometidos con las urgencias y necesidades de las poblaciones y territorios, sino de los nuevos dirigentes del país comprometidos con la solución de los problemas estructurales de la nación. Es por esto que no dudo en hacer afirmaciones sobre la función de la universidad en La universidad y el cambio social en los países en desarrollo:

La universidad debe estructurar un anticonformismo científico dentro de los estudiantes (…). Toda la orientación universitaria colombiana (…), debería estar impregnada de la realidad nacional. Se habla ya, como un lugar común, de que la Universidad está de espaldas al país. Creemos que está de espaldas al país en primer lugar académicamente; es lógico que un país en desarrollo muchísimos elementos sean foráneos (…); con eso se corre el riesgo de estar formando profesionales que no sean para Colombia. Con un correctivo como la investigación, podríamos realmente lograr la adaptación de todas las cátedras a la realidad nacional. Si lográramos que todos los profesores de la Universidad Nacional investigaran y sus cátedras no fueran solamente reproducción de manuales o de teorías ajenas, sino la colaboración de nueva ciencia basada en la investigación de los problemas y necesidades del país tendríamos un nivel y orientación académicos fundamentalmente adaptados a las realidades nacionales”.

Esta preocupación de Camilo vuelve a tener vigencia en los ajustes que deben tener las universidades para responder a las urgencias presentes y futuras del país en materia de solución de sus más sentidos y estructurales problemas. Una universidad para la paz solo puede pensarse en relación con carreras pertinentes, nuevas lógicas de relacionamiento de la investigación con los problemas del país, una muy decidida y consistente política de extensión solidaria en la que participen de manera decidida los estudiantes y se relaciona desde la especificidad de sus saberes con las realidades sociales de su ejercicio profesional. Cada unidad académica debe convertirse en una escuela de pensamiento, investigación y compromiso con las realidades del país.

Una invitación para releer y visibilizar la vigencia del pensamiento de Camilo

En febrero de 2015 se estarán cumpliendo 50 años del “nacimiento” de Camilo Torres Restrepo a la historia del país, seguramente dicha conmemoración estará repleta de actos y muy variadas celebraciones, lo que resulta bien. No obstante, lo que requiere el país es hacer del pensamiento de Camilo una herramienta para la construcción del bienestar de la nación, la ampliación y profundización de la democracia, unido a un vigoroso proceso de unidad que convierta a los sectores populares y a las fuerzas políticas democráticas en una autentica alternativa de poder. Camilo tiene que volver a ser la voz de los campesinos reivindicando el derecho a la propiedad de la tierra para el que la trabaja, en un contexto de realidades en las que la tenencia empresarial no anula las posibilidades de una economía campesina pujante, erigida sobre la sustentabilidad y la soberanía alimentaria de la nación, el mejoramiento de la calidad de vida de las familias y comunidades campesinas, el reconocimiento y valoración de sus condición social y cultural, en el marco de la afirmación plena de sus derechos ciudadanos.

Camilo debe volver a ser la voz de los trabajadores y de los obreros, de la amplia población de desempleados, en la recuperación y consolidación del derecho al trabajo, en el mejoramiento de la calidad del empleo y de todas las garantías laborales y prestacionales. Su voz debe volver a los sindicatos a reclamar a los dirigentes sindicales por su burocratización y su pérdida efectiva de compromiso con los derechos de los trabajadores, demandándoles estar del lado de las urgencias políticas del momento.

Camilo debe volver a ser la voz de las mujeres, construyéndose en procesos de empoderamiento y lucha por la deuda histórica que se tiene con ellas en materia de sacrificio y derechos. Las jóvenes tienen que emprender una cruzada de organización nacional de mujeres con una agenda propia y un proyecto ético y político democrático que las lleve al ejercicio político del poder.

Nuevamente, debe amplificarse la crítica de Camilo a la incapacidad de los estudiantes para construir organización nacional y para estar del lado de los sectores populares en las luchas sociales y políticas por acceder al ejercicio del poder. Ellos mismos deben liberarse de falsos prejuicios para articularse desde muy temprano a la construcción de un modelo de democracia que se amplia y profundiza, con su presencia ética y política en los órganos de dirección del Estado y en los espacio de elección popular.

La voz de Camilo debe volver a sonar al interior de las brigadas, los batallones y puestos de seguridad de la fuerza pública, recordándoles que la patria es el pueblo y que defender la patria es proteger al pueblo. No pueden seguir siendo los bomberos de la inconformidad que apagan con represión los incendios que generan las élites políticas y económicas con su desfachatez y ambición. Para recordar a los militares que su papel no es hacer la guerra contra los humildes, sino conservar y garantizar la paz.

Camilo de motivar a que toda la iglesia vuelva a leer desde los pulpitos las encíclicas papales del Vaticano II, que dieron origen al compromiso de sectores de la institución con los pobres y sus problemas, que convirtieron el amor al prójimo, en Amor Eficaz. Hoy el país requiere que en todas las iglesias se hable de la paz y que se haga conciencia a católicos y cristianos de su compromiso con la construcción de la misma.

Camilo debe volver a transitar por los barrios populares con sus grupos de estudiantes haciendo los nuevos diagnósticos de la pobreza y construyendo las agendas de derechos de los pobladores urbanos. Su prédica política se afianza en la necesidad de que la paz se construya desde los territorios, con las poblaciones y sus agendas de derechos.

Un camino largo esta por recorrerse en el proceso de solución política al conflicto armado y en él deben comprometerse todos los sectores sociales, económicos y políticos de la Nación, con objetividad y realismo. El pensamiento de Camilo está cargado de propuestas esenciales.

Bogotá, 15 de febrero de 2015

Referencia Bibliográfica: Para el desarrollo de este artículo fueron tomados los documentos esenciales de Camilo Torres Restrepo en lo esencial: Mensajes a los campesino, a las mujeres, a la oligarquía, a los militares, a los sindicalistas, a los colombianos, a los cristianos, a los comunistas y a los estudiantes. Igualmente los trabajos de Orlando Falsa Borda sobre el pluralismo utópico y la vigencia del pensamiento de Camilo. También fue objeto de consulta el trabajo de Eduardo Umaña Luna sobre el Humanismo en Camilo. Se consultaron textos de Camilo tales como: Universidad y Cambio Social (1964), Crítica y autocrítica (1964), entre otros documentos referenciados a sus vidas en la Universidad Nacional. El texto se construye en el marco de una reflexión libre sobre las ideas de Camilo, en el que el autor se tomó el atrevimiento de escoger y ajustar algunos de los textos transcritos para hacer más evidente su vigencia en el contexto de los tiempos presentes.

Nota: ESte artículo fue publicado en 2015. Las fechas han sido actualizadas.

CARLOS MEDINA GALLEGO
Docente Investigador
Universidad Nacional de Colombia

La Coalición de Movimientos y Organizaciones Sociales de Colombia, COMOSOC es un proceso de articulación de organizaciones sociales de base locales, regionales y nacionales, que existe de hace casi 20 años y trabaja para dar a los movimientos sociales un papel político, de actores protagónicos en la construcción de cambio en el país.

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