(Parte I)
Hay que pelear la hegemonía del Estado. Esta es la oración que define el momento histórico de la izquierda colombiana. Nunca antes el movimiento social, la izquierda democrática y los sectores alternativos en Colombia tuvieron la oportunidad de administrar el Estado, pero hay que tener cuidado: haber ganado las elecciones no significa que la tarea está lograda. Hay que tener precaución con esto, la lucha apenas comienza. Miremos con atención lo siguiente:
Una de las discusiones clásicas dentro del marxismo y algunos pensamientos de izquierda, tanto en Europa como en Latinoamérica, prescindían del Estado para lograr las transformaciones sociales que permitieran derrotar al capitalismo. Después del fracaso soviético con la entonces URSS -Unión de Repúblicas Socialistas-, y el bloqueo de Estados Unidos a Cuba, parecía que pensarse el Estado como instrumento para la revolución devenía en fracaso.
En efecto, la corriente de pensamiento llamada pos-estructuralista en Francia con pensadores de la talla de Foucault, Derrida, Deleuze, etc., sabían dar cuenta de un análisis muy bien dotado con métodos novedosos, teorías que se salían fuera de lo “normal” aun en las Ciencias Sociales sobre las sociedades capitalísticas. No obstante, el Estado, la toma del Estado era un tema tan viejo como maldito; había que hacer la revolución sin ese viejo “dinosaurio”, y así en Latinoamérica, también se fue “bebiendo” de estas teorías críticas donde el mantra de “luchar para no tomarse el Estado” se convirtió casi que en dogma de fe.
Por supuesto que haber bebido de la teoría crítica europea, si se quiere “pos-moderna”, “pos-marxista”, no fue la única causa. A esto habría que sumarle las arremetidas de las derechas en los noventa en el continente con el capitalismo en su versión neoliberal, amos y señores de los Estados. Un capitalismo salvaje que se tomó todas las instancias de los Estados, al menos en Sudamérica, para abrir el mercado y propiciar la privatización de derechos, en unos países más que otros, desde luego, pero todos obedeciendo el mismo plan. Entonces la resistencia de los movimientos sociales se replegó hasta atomizarse, prescindiendo, en sus re-lecturas estratégicas definitivamente del Estado.
Quién lo iba a pensar, pero si nos detenemos con calma, pudiéramos afirmar que fue la izquierda “dinosauria” en armas quienes mantuvieron la idea, la consigna de que la lucha, la toma del poder debía hacerse por aquel otro “dinosaurio” olvidado: el Estado. Y es aquí donde aparece Álvaro García Linera como un eslabón fundamental, en lo que pudiera ser una teoría crítica de marxismo latinoamericano desde los movimientos sociales. Siendo guerrillero, y preso, captó la idea de un marxista de los años sesenta, que había conocido en sus estudios en Francia: Nicos Poulantzas. Pero, ¿qué propone Poulantzas?, pues bueno, precisamente la oración con la que abre este artículo: hay que pelear la hegemonía del Estado. ¿Y esa vaina cómo se hace? No desesperemos, ya le explico:
Mire, esa vaina se hace así: tomemos el ejemplo de la pelea de los campesinos reclamando tierras en contra de los grandes terratenientes, y llevemosla bien adentro del Estado -diría Poulantzas-, y no solo con leyes -que por supuesto son necesarias-, sino también creando instituciones, prácticas, discursos, imaginarios, palabras, lenguajes, etc. Pero -y ojo con esto-, esa misma lucha hay que hacerla en la calle, bien adentro de la calle, con la gente de a pie, en los territorios. Hoy diríamos: también en las redes sociales, en los medios de comunicación, etc. Poulantzas propuso que la lucha había que llevarla hasta lo más recóndito del Estado en micro-luchas que permitan intervenciones que toquen las fibras de las personas-comunidades-territorios en disputa contra el capital y les dote de herramientas, y al mismo tiempo, generar micro-luchas en la sociedad a través de los medios de comunicación, la palabra, el lenguaje, el imaginario colectivo, la cultura que toque lo más profundo de la subjetividad en la disputa contra el capital. Esto es lo que en teoría social crítica se llama “radicalizar la democracia”, o también: utilizar la democracia y al ESTADO para viabilizar disputas que generen cambios radicales, tanto en la estructura del Estado como en el seno de la sociedad contra el capitalismo.
Álvaro se dio cuenta que, en Bolivia, los viejos aparatos como el sindicalismo, ligas, federalizaciones, etc., donde el sujeto a la “vanguardia” fuera el obrero, no serviría de nada. Mucho menos, que la lucha se tradujera en términos “cultos” o “académicos” o de “revolucionarios clásicos”, tampoco serviría. El rostro de la disputa no podría ser el “obrero blanco”, porque simplemente Bolivia es una confluencia de mestizajes donde su mayoría está compuesto por pueblos indígenas con diversidad de comprensiones. Aún más, entendió Álvaro que sobre una situación de lucha tan específica no había teoría que condujera, y mucho menos lo iba hacer un “aparato armado” en nombre del pueblo, de por sí, reprimido por la fuerza del Estado. ¿Qué hacer? Pues había que re-inventarse…
Filósofo, especialista en epistemologías del sur por CLACSO (consejo latinoamericano de ciencias sociales) y magister en ciencias sociales y educación por FLACSO (facultad latinoamericana de ciencias sociales, Argentina). Escritor, columnista y colaborador en diferentes medios como rfi (radio francia internacional), revista Hecho en Buenos Aires y analista sobre temas de conflicto en El Espectador, Colombia.