La idea de gobierno de transición es una idea movilizadora porque se sitúa en el plano de la táctica política para las elecciones de 2018. Obliga a definir y definirse acerca de cuestiones como de qué tipo de gobierno se sale y hacia qué tipo de gobierno se pretende ir. Así mismo exige pensar la idea de gobernar como la implementación de un conjunto de medidas, recursos, estructuras, capacidades, inteligencias que responden a la concepción que se tenga del proyecto de nación.
Por ejemplo, quienes piden que en Venezuela se presione hacia un gobierno de transición suponen que se debe salir del régimen bolivariano y retornar a una nueva versión del desgastado rentismo neoliberal. En ese caso es claro a qué se refieren con la idea de gobierno de transición. No es igual en el caso colombiano. La apuesta que las Farc-ep han hecho sobre gobierno de transición, tal como está formulada no apunta a una transición, sino a una continuidad de gobierno, orientada por la ruta trazada en los Acuerdos de La Habana. Algunos académicos incluso asumen que eso significa una alianza táctica entre lo que eufemísticamente se denomina la “derecha decente” y la “izquierda decente”, de tal manera que el adjetivo decente habilita moral y políticamente a quienes consideran que el nuevo proyecto de país se construye sobre esa ruta. Lo que no es para nada una despreciable tarea que se corresponde a una concepción táctica sobre cuáles son las alianzas claves en este momento histórico.
Pero, puede haber otro planteamiento sobre la idea de gobierno de transición, sobre los ejes cruciales del proyecto de nación, sobre las fuerzas y los aliados indispensables para tal fin. Por ejemplo, transitar de un gobierno pragmático neoliberal a un gobierno democrático popular. En donde el momento de transición, es decir los próximos dos periodos presidenciales (2018-2026) se creen las bases para darle rostro y músculo a los sujetos populares secularmente excluidos del ejercicio de gobierno, mediante nuevas formas de agenciamiento político de la alianza imprescindible del bloque popular con las fuerzas democráticas y de izquierda que abran un periodo histórico e inédito de democracia para el pueblo en el que se acumulen, formen y organicen fuerzas sociales y materiales para disputar, ya no el gobierno sino el poder al bloque granburgués-terrateniente.
Gobierno de Transición es esa otra voz que demanda resolver políticamente un conjunto de bloqueos construidos históricamente para negar el ejercicio de gobierno a las mayorías excluidas y a los problemas que el modelo económico ha agudizado en las últimas cuatro décadas en las que las mayorías venimos soportando un conjunto de crisis que las propuestas de la vieja política invisibilizan y desconocen. Una crisis de la economía popular que condena a millones a una vida de penuria, desesperanza, informalidad y captura por las economías mafiosas que controlan los territorios urbano populares. Una crisis de la salud colectiva, sometida a un modelo perverso que trafica con la enfermedad de las mayorías. Una crisis educativa que deteriora gradualmente el sistema público de educación y busca transferir recursos al sector privado con la idea de que allí podrán acceder los pobres más inteligentes. Una crisis colectiva de sentidos y horizonte de futuro que profundiza el individualismo y la tolerancia con el delito. Una crisis de sobrecentralización de recursos que concentra los esfuerzos en algunas regiones claves para la inversión de capital, mientras deja en el abandono y la pobreza al país del Pacífico, de la Costa Atlántica, del pie de monte llanero y amazónico. Una crisis ambiental que amenaza con devastar ecosistemas y agroecosistemas a cambio de gran minería y megaproyectos de devastación y saqueo. Y sobre toda una crisis democrática, en la que quienes han gobernado para sí mismo durante los últimos 200 años le niegan la voz y los reclamos del pueblo a los que consideran retóricas populistas, castro-chavistas contra la estabilidad macroeconómica y las instituciones democráticas, así como desmedidas ambiciones de grupos manipuladores que quieren sembrar el caos y la ingobernabilidad.
Una lectura de los apuestas electorales en boga contribuye a corroborar lo distantes que están las agendas de los políticos de la vieja democracia de estas necesidades apremiantes. O lo parciales que son las apuestas. Encorsetadas en las gramáticas de que los cambios profundos y reales no pueden generarse y cuidándose mucho de no decir cosas políticamente incorrectas que puedan bajar la votación y afectar los cocientes electorales.
En tal razón, un programa de transición, reconstrucción y vitalización del horizonte democrático popular en la Colombia de hoy necesita una agenda que no puede ser mendigada o quedar a la espera del lobby con el país político, a ver quién hace un guiño de aprobado, sino que debe ser puesta como punto de partida para un amplio debate popular en los distintos escenarios sociales y territoriales de nuestra geografía, orientada al desbloqueo histórico de las exclusiones y las negaciones y a poner a andar una nueva sociedad.
Estos desbloqueos de esperanza y urgencia son:
La puesta en escena de los pliegos y mandatos incumplidos por los últimos gobiernos a los movimientos sociales: La propuesta de salud que durante más de una década ha planteado el Movimiento Nacional por la Salud. El pliego del Comando Nacional Unitario. La propuesta de transformación de la educación superior diseñada por la Mesa Amplia Nacional Estudiantil; la agenda de la Cumbre Agraria, Campesina, Étnica y Popular; las demandas de las organizaciones de pensionados; las propuestas de los movimientos de mujeres y de las comunidades LGBTI; los pliegos de los pueblos de Chocó, Buenaventura, la Guajira; las consultas populares contra la minería. Así como los sueños de los millones de jóvenes que se rebuscan en las esquinas de los semáforos, o en el transporte masivo.
Una agenda de emergencia para que florezca la economía popular y se ponga fin a la captura que la informalidad neoliberal y la mafia han hecho de las necesidades de las mayorías empobrecidas, desesperanzadas y desesperadas. Es necesario poner fin al modelo de clientelas y dependencias que la política de atención subsidiada a poblaciones vulnerables, y diseñar un crecimiento de las fuerzas productivas para el bienestar común: centrado en enriquecer la alimentación y la nutrición; la proliferación de sistemas de mercadeo y consumo de la economía popular urbano-rural; la multiplicación de mutuales y cooperativas y la potenciación de las empresas de autogestión popular que contribuyan a fomentar empleos dignos, bien remunerados, que fomentan la solidaridad y la felicidad así como el reencuentro con la fuerza formativa del trabajo.
Un proyecto sistémico de organización multiescalar de las diversas manifestaciones del poder popular. Un poder autónomo, no controlado por el gobierno, que tenga la capacidad de incidir, proponer, consultar, aprobar, vetar… la gestión del nuevo gobierno. Esto por cuanto en la transición, el viejo poder legislativo, pese a las voces críticas, seguirá siendo, hasta que cambie la correlación de fuerzas, una estructura de la vieja democracia y sin duda buscará entrabar las iniciativas del nuevo gobierno de democracia para el pueblo.
Una concepción nueva del gabinete que constituye el poder ejecutivo. Poder que necesitaría expresar la experiencia de los movimientos populares. Por ejemplo. Una maestra o maestro en la cartera de educación. Un delegado del movimiento ambiental en la de Ambiente. Un delegado de la Cumbre Agraria en la de Agricultura. Un delegado de las regiones, históricamente marginadas, en Obras Públicas y Transporte, Comunicaciones. Todas ellas y ellos acompañados por equipos técnicos dispuestos a resolver las demandas materiales, sociales, culturales y espirituales del nuevo proyecto de nación.
Una reorientación de las formas de gestión estatal, que no solamente extirpe la corrupción, sino que elimine el modelo de despilfarro en que se agotan los recursos del erario, con las nóminas paralelas de contratistas, costosos diagnósticos de lo ya diagnosticado y estudios de lo ya estudiado y que nunca se ejecutan y si lo hacen, quedan a medio camino o condenadas al mal funcionamiento.
Una reforma democratizadora de las fuerzas armadas. Esto implica reformar la estructura piramidal y elitista de las fuerzas armadas, que mantiene el esquema señorial de división de castas militares: los pobres del campo y la ciudad son los soldados, las clases medias los suboficiales y oficiales de bajo rango y el generalato está reservado a los hijos ilustres de burgueses y terratenientes. El ejecutivo debería promover la organización de sindicatos de soldados y policías, así como establecer la carrera administrativa empezando desde la base y no por privilegios económicos. Un proyecto democratizador en esa vía tendría que considerar la desmilitarización del cuerpo de policía y transformarla en una policía popular comunitaria, articulada a los territorios y a las organizaciones populares, además se tendría que establecer el desmonte inmediato del Esmad.
Sin duda un gobierno de transición, orientado hacia la democracia para el pueblo, requiere articular a estas medidas de emergencia la implementación de los Acuerdos de La Habana, así como la concreción de los acuerdos con el Ejército de Liberación Nacional y el Ejército Popular de Liberación y hacer todo el esfuerzo por someter a la justicia a los grupos paramilitares, desarticulando sin dilación las estructuras mafiosas y de las economías del delito.
Estos pueden ser aspectos de urgencia para una transición hacia otra democracia, hacia la democracia para el pueblo.
Escrito por: Frank Molano*
Profesor universitario, militante del Modep y de Otra Democracia
La Coalición de Movimientos y Organizaciones Sociales de Colombia, COMOSOC es un proceso de articulación de organizaciones sociales de base locales, regionales y nacionales, que existe de hace casi 20 años y trabaja para dar a los movimientos sociales un papel político, de actores protagónicos en la construcción de cambio en el país.