35 años después de su asesinato, Monseñor Oscar Arnulfo Romero sigue vivo en su pueblo y en toda la iglesia de los pobres en América Latina. Su palabra no ha perdido actualidad y aún hoy nos sigue cuestionando y exigiendo coherencia, continúa animando la acción de un cristianismo histórico, encarnado en el pueblo. Nadie que lea y escuche con atención su palabra puede quedar inmóvil, porque su palabra al igual que la palabra de Camilo Torres Restrepo es una palabra profética, que es “denuncia y anuncio” para un pueblo empobrecido que busca su emancipación.
Su vida…
Oscar Arnulfo Romero nació en Ciudad Barrios (San Miguel) el 15 de agosto de 1917; era el segundo de 8 hermanos. Su padre se llamaba Santos y su madre Guadalupe de Jesús. Era una familia humilde y modesta. Su padre, empleado de correo y telegrafista; su madre se ocupaba de las tareas domésticas.
Desde pequeño, Oscar fue conocido por su carácter tímido y reservado. Como todos los niños fue a la escuela, aunque tuvo que interrumpir debido a una enfermedad que lo atacó de muy corta edad. A la edad de 12 años trabajó como aprendiz en una carpintería. Su madre le inculcó la devoción a los santos y le enseñó las oraciones.
A la edad de 13 años y con ocasión de la ordenación sacerdotal de un joven, Oscar habló con el padre que acompañaba al recién ordenado y le comunicó sus deseos de hacerse sacerdote. Un año después, Oscar entró en el seminario menor de San Miguel. Allí permaneció durante 6 ó 7 años.
En 1937 Oscar ingresa al Seminario Mayor de San José de la Montaña en San Salvador. Siete meses más tarde es enviado a Roma para proseguir sus estudios de Teología. En Roma le tocó vivir las penurias y sufrimientos causados por la Segunda Guerra Mundial.
Oscar fue ordenado sacerdote a la edad de 25 años en Roma, el 4 de abril de 1942. Aún continuó en Roma para hacer la tesis doctoral.
La primera parroquia a donde fue enviado a trabajar fue Anamorós. Pero poco después fue llamado a San Miguel donde realizó su labor pastoral durante 20 años.
El 3 de mayo de 1970 recibe la notificación de haber sido nombrado Obispo y fue ordenado el 21 de junio de 1970 y nombrado Obispo Auxiliar de Monseñor Luis Chávez y González. Monseñor Ro-mero vivía en el Seminario Mayor, que en aquel entonces era dirigido por los padres jesuitas, allí conoció y se hizo amigo del Padre Rutilio Grande.
Fue nombrado Obispo de la Diócesis de Santiago de María, el 15 de octubre de 1974; tomó posesión el 14 de diciembre de 1974 y se trasladó para esa Diócesis. Estaba comenzando la represión contra los campesinos organizados.
En Santiago de María Monseñor Romero comenzó a ver de cerca la realidad de pobreza y miseria en que vivían la mayoría de los campesinos. Y comenzó a entender que muchos de sus amigos ricos, que le ayudaban en sus obras de caridad, eran los mismos que negaban a esta pobre gente un salario justo. Lo que como sacerdote veía en San Miguel, como Obispo de Santiago de María lo seguía comprobando: pobreza e injusticia social de muchos, que contrastaba con la vida ostentosa de pocos.
En medio de un ambiente de injusticias, represión e incertidumbre, Monseñor Romero fue nombrado Arzobispo de San Salvador, el 23 de febrero de 1977. Tenía 59 años y su nombramiento para muchos fue una sorpresa. Se esperaba el nombramiento de Monseñor Rivera, que por muchos años fue auxiliar de Monseñor Chávez y González, y conocía muy bien la pastoral de la Arquidiócesis. Por el contrario, el gobierno y los grupos pudientes, se alegraron con el nombramiento de Monseñor Romero, era su candidato. Ellos esperaban que Monseñor Romero iba a frenar el ritmo que se llevaba en la Arquidiócesis.
A un escaso mes de su ministerio arzobispal, es asesinado el Padre Rutilio Grande, de quien era amigo. Este hecho impactó mucho en Monseñor Romero. Recogiendo las sugerencias del Clero, Monseñor Romero accede a celebrar una Misa única en Catedral como un signo de unidad de la Iglesia y de repudio a la muerte del Padre Rutilio.
Monseñor continuó la pastoral de la Arquidiócesis y le dio un impulso profético nunca antes visto. Su lema fue: “Sentir con la Iglesia”. Y esta fue su principal preocupación: construir una Iglesia fiel al Evangelio y al Magisterio de la Iglesia.
Monseñor Romero puso la Arquidiócesis al servicio de la justicia y la reconciliación en el país. En muchas ocasiones se le pedía ser mediador de los conflictos laborales. Creó una oficina de defensa de los derechos humanos, abrió las puertas de la Iglesia para dar refugio a los campesinos que venían huyendo de la persecución en el campo, dio mayor impulso al semanario Orientación y la radio YSAX.
Domingo a domingo, Monseñor denunciaba las injusticias y hacía vehementes llamados a la conversión. Su palabra era para muchos motivo de consuelo y esperanza.
A pesar de la claridad de su predicación, Monseñor, como Jesús, fue calumniado. Le acusaron de revolucionario marxista, de incitar a la violencia y de ser el causante de todos los males de El Salvador. Pero nunca jamás de los labios de Monseñor salió una palabra de rencor y violencia. Su mensaje fue claro. No se cansó de llamar a la conversión y al diálogo para solucionar los problemas del país.
De las calumnias pasaron a las amenazas a muerte. Monseñor sabía muy bien el peligro que corría su vida. A pesar de ello dijo que nunca abandonaría al pueblo. Y lo cumplió. Su vida terminó igual que la vida de los profetas y de Jesús. Fue asesinado el 24 de marzo de 1980 mientras celebraba la Misa en la Capilla del Hospital La Divina Providencia.
Su palabra…
La Liberación
“La palabra que a muchos molesta, la liberación, es una realidad de la redención de Cristo. La liberación quiere decir la redención de los hombres, no sólo después de la muerte para decirles «confórmense mientras viven». No. Liberación quiere decir que no exista en el mundo la explotación del hombre por el hombre. Liberación quiere decir redención que quiere libertar al hombre de tantas esclavitudes. Esclavitud es el analfabetismo. Esclavitud es el hambre, por no tener con qué comprar comida. Esclavitud es la carencia de techo, no tener donde vivir. Esclavitud, miseria, todo eso va junto”. ( Monseñor Romero. Homilía 25 de noviembre de 1977, I-II p. 342)
La voz de los sin voz
Queremos ser la voz de los que no tienen voz para gritar contra tanto atropello contra los derechos humanos. Que se haga justicia, que no se queden tantos crímenes manchando a la patria, al ejército. Que se reconozca quiénes son los criminales y que se dé justa indemnización a las familias que quedan desamparadas (Homilía 28 de agosto de 1977).
Jesús, el único líder
Jamás me he creído líder de ningún pueblo, porque no hay más que un líder: Cristo Jesús. Jesús es la fuente de la esperanza. En Jesús se apoya lo que predico. En Jesús está la verdad de lo que estoy diciendo (Homilía 28 de agosto de 1977).
Iglesia pobre
Ahora la Iglesia no se apoya en ningún poder, en ningún dinero. Hoy la Iglesia es pobre. Hoy la Iglesia sabe que los poderosos la rechazan, pero que la aman los que sienten en Dios su confianza… Esta es la Iglesia que yo quiero. Una Iglesia que no cuente con los privilegios y las valías de las cosas de la tierra. Una Iglesia cada vez más desligada de las cosas terrenas, humanas, para poderlas juzgar con mayor libertad desde su perspectiva del Evangelio, desde su pobreza (Homilía 28 de agosto de 1977).
Idolatría de la riqueza
¿Qué otra cosa es la riqueza cuando no se piensa en Dios? Un ídolo de oro, un becerro de oro. Y lo están adorando, se postran ante él, le ofrecen sacrificios. ¡Qué sacrificios enormes se hacen ante la idolatría del dinero! No sólo sacrificios, sino iniquidades. Se paga para matar. Se paga el pecado. Y se vende. Todo se comercializa. Todo es lícito ante el dinero (Homilía 11 de septiembre de 1977).
Iglesia de los pobres
Cuando la Iglesia se llama la Iglesia de los pobres, no es porque esté consintiendo esa pobreza pecadora. La Iglesia se acerca al pecador pobre para decirle: Conviértete, promuévete, no te adormezcas. Y esta misión de promoción, que la Iglesia está llevando a cabo, también estorba. Porque a muchos les conviene tener masas adormecidas, hombres que no despierten, gente conformista, satisfecha con las bellotas de los cerdos. La Iglesia no está de acuerdo con esa pobreza pecadora. Sí, quiere la pobreza. Pero la pobreza digna, la pobreza que es fruto de una injusticia y lucha por superarse, la pobreza digna del hogar de Nazaret, José y María eran pobres, pero qué pobreza más santa, qué pobreza más digna. Gracias a Dios tenemos pobres también de esta categoría entre nosotros. Y desde esta categoría de pobres dignos, pobres santos, proclama Cristo: Bienaventurados los que tienen hambre, bienaventurados los que lloran, bienaventurados los que tienen sed de justicia. Desde allí clama la Iglesia también, siguiendo el ejemplo de Cristo, que es esa pobreza la que va a salvar al mundo. Porque ricos y pobres tienen que hacerse pobres desde la pobreza evangélica, no desde la pobreza que es fruto del desorden y del vicio; sino desde la pobreza que es desprendimiento, que es esperarlo todo de Dios, que es voltearle la espalda al becerro de oro para adorar al único Dios, que es compartir la felicidad de tener con todos los que no tienen, que es la alegría de amar (Homilía 11 de septiembre de 1977).
Amor a Dios al prójimo
Estas desigualdades injustas, estas masas de miseria que claman al cielo, son un antisigno de nuestro cristianismo. Están diciendo ante Dios que creemos más en las cosas de la tierra que en la alianza de amor que hemos firmado con Él, y que por alianza con Dios todos los hombres debemos sentirnos hermanos… El hombre es tanto más hijo de Dios cuanto más hermano se hace de los hombres, y es menos hijo de Dios cuanto menos hermano se siente del prójimo (Homilía 18 de septiembre de 1977).
En medio del pueblo
Es cierto que me he andado yo por El Jicarón, por El Salitre y muchos otros cantones; y me glorío de estar en medio de mi pueblo y sentir el cariño de toda esa gente que mira en la Iglesia, a través de su obispo, la esperanza. (Homilía 25 de septiembre de 1977).
Según el corazón de Dios
Los corazones no quieren oír ni aunque sea un muerto el que les venga a decir: estamos muy mal en El Salvador. Esta figura tan fea de nuestra patria no es necesario pintarla bonita allá afuera. Hay que hacerla bonita aquí adentro, para que resulte bonita allá afuera también. Pero mientras haya madres que lloran la desaparición de sus hijos, mientras haya torturas en nuestros centros de seguridad, mientras haya abuso de sibaritas en la propiedad privada, mientras haya ese desorden espantos o, hermanos, no puede haber paz, y seguirán sucediendo los hechos de violencia y sangre. Con represión no se acaba nada. Es necesario hacerse racional y atender la voz de Dios, y organizar una sociedad más justa, más según el corazón de Dios. Todo lo demás son parches. Los nombres de los asesinados irán cambiando, pero siempre habrá asesinados. Las violencias seguirán cambiando de nombre, pero habrá siempre violencia mientras no se cambie la raíz de donde están brotando todas esas cosas tan horrorosas de nuestro ambiente (Homilía 25 de septiembre de 1977).
De Dios nadie se ríe
De Dios nadie se ríe. Su ley imperará para siempre. Y este Dios, que es amor para nosotros, se convierte en justicia cuando no se ha sabido captar la invitación del amor… Dios espera, pero cuando ya la paciencia de Dios termina en el amor, comienza su justicia.
Hermanos, no es volver a la Edad Media al hablar del infierno. Es poner frente a los ojos la justicia de Dios, de la cual nadie se ríe. Organicemos a tiempo nuestra patria. Organicemos los bienes que Dios nos ha dado para la felicidad de todos los salvadoreños. Hagamos de esta república una bella antesala del paraíso del Señor, y tendremos la dicha de ser recibidos como el pobre Lázaro (Homilía 25 de septiembre de 1977).
Desde el pueblo fiel la voluntad de Dios
Estoy recibiendo muchos anónimos verdaderamente groseros. Sepan, hermanos, que la posición que he tomado está a base de conciencia. No es sólo de presiones, como se dice; sino simplemente el deber de un pastor que siente la alegría, al mismo tiempo que la angustia, de vivir con su pueblo. Y desde el pueblo, fiel a la voluntad de Dios, caminar por un camino que sea verdaderamente el camino del Señor (Homilía 9 de octubre de 1977).
Consecuencias del pecado
Las masas de miseria, dijeron los obispos en Medellín, son un pecado, una injusticia que clama al cielo. La marginación, el hambre, el analfabetismo, la desnutrición y tantas otras cosas miserables que se entran por todos los poros de nuestro ser, son consecuencias del pecado. Del pecado de aquéllos que lo acumulan todo y no tienen para los demás. Y también del pecado de los que, no teniendo nada, no luchan
por su promoción; son conformistas, haraganes, no luchan por promoverse. Pero muchas veces no luchan, no por su culpa; es que hay una serie de condicionamientos, de estructuras, que no los dejan progresar. Es un conjunto, pues, de pecado mutuo (Homilía 9 de octubre de 1977).
Fuente: Equipo Maiz
Christian Mantilla. Abogado defensor de derechos humanos, con experiencia en proyectos colaborativos orientados a la promoción y defensa de los derechos de la población rural y la incidencia en políticas públicas para la ruralidad. Interesado en la investigación socio-jurídica en políticas públicas, derechos humanos y la acción colectiva de las comunidades rurales indígenas, negras y campesinas.