La conexión entre el Viejo Mundo y el Nuevo, que durante más de diez milenios había consistido en algo tan exiguo como los viajes de los vikingos, de algunos pescadores a la deriva y oscuros contactos por la vía Polinesia, se convirtió el 12 de octubre de 1492, en un vínculo tan significativo como alguna vez lo fuera el puente terrestre de Bering. Los dos mundos, que Dios había mantenido separados, se unieron nuevamente y ambos, tan diferentes a partir de ese día comenzaron a parecerse. Hasta entonces nuestro planeta no tenía la forma de una esfera.
Ciertamente, es una fecha que en ninguna de las dos orillas de Atlántico podemos olvidar pero que posee muchos significados para los pueblos nativos. Relacionar las dos mitades del planeta condujo a cuantiosas consecuencias ambientales, biológicas, sociales y culturales. Se dio inicio a un proceso que trajo consigo incontables intercambios entre los habitantes de los dos hemisferios que habían permanecido en mutua incomunicación, pero con la irrupción de los conquistadores también quedarían signadas las vidas de millones de personas. Pueblos y culturas de este hemisferio desaparecieron totalmente o fueron diezmados; millones de africanos fueron extirpados de sus tierras.
El “descubrimiento” de América, y la expulsión de los judíos y los musulmanes de España, dibujaron las fronteras del Occidente moderno, que nació a comienzos del siglo XVI bajo el doble signo de una apropiación y una eliminación, hasta entonces sus límites eran diferentes. En 1492 se transformó la cartografía y se impuso una nueva geografía, fundada en una doble legitimación, política y religiosa, que permitió fabricar una historia que todavía constituye la base del pensamiento occidental.
Esos mitos de fundación se inventaron en el momento del triunfo de la razón, tal como se la entendía en el siglo XVI. Desaparecieron genealogías, se borraron influencias, se ignoraron prestigios entre pueblos cuyos letrados se consideraban deudores de la ciencia y religión de otros. Se ocultaron mixturas; se silenció que los romanos llamaban bárbaros a los pueblos del norte, no a los de la ribera sur del Mediterráneo. De mucho se dejó de hablar en el siglo XVI. Los humanistas imaginaron un pasado que rechazaba todo aquello que no era grecorromano ni cristiano.
La conversión al catolicismo no bastaba para hacer cristianos a aquellos que no habían abandonado la península ibérica. Apareció otra obsesión: la pureza de la raza, de la sangre. Y esta doble pertenencia, la cristiandad y la raza, legitimaron la conquista de América.
La conquista tuvo características inéditas; hubo polémicas con aquellos que clamaban por una colonización americana menos brutal, para salvar a los habitantes que quedaban, los que no habían muerto por las armas, por las pestes, por los trabajos forzados. Los protectores de los indios ― de las Casas es el más célebre entre ellos―, aunque destacaban la humanidad de éstos, no rechazaban la jerarquía de razas superiores e inferiores: los indios podían ser educados, encaminados, orientados. Esta idea de los indios como pueblo infantil estaba muy extendida en del siglo XVI. De hecho este pensamiento persiste hasta nuestros días con imágenes edulcoradas de pueblos mansos y obedientes.
La noción de la superioridad del español ―que ya se había fundamentado en la esfera nacional por la superioridad de sangre― bastó para justificar la superioridad de su imperio.
La catástrofe demográfica americana y la humanidad concedida a los nativos alentó la búsqueda de mano de obra esclava africana. El comercio de esclavos entre África y América duró cuatro siglos. Europa se enriqueció tanto como el mundo árabe gracias al comercio de esclavos. El primitivismo de la raza negra justificaba su dominación. Mientras que en las metrópolis de Europa se reducía el trabajo esclavo, éste sostenía la prosperidad en las colonias ultramarinas. Sólo las condiciones de la trata se pusieron en discusión, no la esclavitud en sí misma, legitimada por la raza y la religión.
Europa arrasó el mundo que descubrió bajo nuevas fórmulas de la ley del más fuerte. En el mismo momento en que se conoció la sorprendente diversidad de la humana, pero la humanidad que se les reconocía a los indios, se les negaba a los negros; a partir del siglo XVIII, el argumento religioso cedió ante el argumento biológico y racial. El africano primero fue esclavo después lo hicieron negro, que significaba subhumano.
El genocidio perpetrado por el nazismo ―según Sophie Bessis ― ha sido calificado como único e inédito en la historia de Occidente. ¿Lo era? ¿El nazismo fue inventor o heredero? ¿El Holocausto fue un accidente o la consecuencia de un ciclo que había comenzado con la pureza de sangre española? Sin dudas la industria encargada del exterminio fue inédita ―dijo Bessis―, pero el acto mismo del genocidio ya se había visto en América. El camino estaba allanado; los nazis sólo innovaron. Ni la pureza de la sangre, ni la convicción de formar parte de una humanidad superior, son inventos del nazismo; ni siquiera los argumentos. Más allá de los métodos, lo novedoso fue, por un lado, que el genocidio sucedió en Europa, y por el otro, su aparente inutilidad.
Occidente se había convencido de que la barbarie le era ajena, que estaba más allá de sus fronteras. Los genocidios en América y África fueron utilitarios: había que hacer espacio o romper la resistencia de los pueblos conquistados. No se exterminaba por gusto, por placer, sino por falta de lugar y por la reticencia de los autóctonos a someterse al conquistador.
No pocos consideran que “el Holocausto fue un genocidio, pero no que lo haya sido la conquista de América, y aun cuando se aceptó la responsabilidad europea en la catástrofe demográfica americana, los vínculos con la historia grecorromana y cristiana que Europa se inventó a sí misma siguen siendo parte de un mundo de tinieblas. En cualquier caso, afirmar que la conquista de América fue “el primer genocidio de la Historia” es también un modo de hablar en nombre de la razón,…”
Es difícil negar la amplitud de la catástrofe pues en menos de medio siglo, murió entre la mitad y tres cuartas partes de la población indígena. Este rápido despoblamiento de América fue lo original de la empresa europea, aquello que la diferenció de las demás conquistas de la historia.
Entonces, ¿tenemos algo que celebrar el 12 de octubre?
Día de la Raza es el nombre que recibía, en la mayoría de los países llamados hispanoamericanos. Las celebraciones tenían, y tienen aún lugar, el 12 de octubre en conmemoración del avistamiento de tierra por el marinero Rodrigo de Triana en 1492, luego de haber navegado más de dos meses al mando de Cristóbal Colón, a lo que posteriormente se denominaría América. La denominación fue creada por el ex-ministro español Faustino Rodríguez-San Pedro, como Presidente de la Unión Ibero-Americana, que en 1913 pensó en una celebración que uniese a España e Iberoamérica, eligiendo para ello el día 12 de octubre.
Pero en la actualidad esto ha cambiado y en muchos países cada 12 de octubre se conmemora el Día de la Resistencia Indígena, una fecha en la que se recuerda esa constancia que tuvieron los pueblos originarios en la lucha por su dignidad, en la lucha por permanecer de pie ante la política de exterminio que llevaban adelante los conquistadores españoles a fin de quedarse con las riquezas del continente.
El nombre de “Día de la Resistencia Indígena” viene a sustituir a aquel denominado “Día de la Raza” o “Día del encuentro entre dos mundos” o “Día del encuentro de dos culturas” o “Día del descubrimiento de América” o “Día de la Hispanidad” en el que solía celebrarse la llegada de los españoles a esta tierra y de alguna u otra manera se destacaba ese colonialismo que pretendía acabar con la cultura de nuestros indígenas.
Sin duda, ninguno de estos nombres recopilaba la esencia de lo que sucedió realmente con los indígenas de América a partir de ese día. No hubo encuentro sino un exterminio de un grupo por otro, tampoco era el día de la raza ¿de cuál raza? Y tampoco hubo un descubrimiento… Esta tierra, desde hace mucho ya estaba descubierta por nuestros pobladores originarios. Pero resistencia sí existió, porque nuestros pueblos originarios se resistieron ante tanta invasión, maltrato y lucharon por su dignidad, por sus costumbres, por sus creencias y culturas que siguen inmersas en los pueblos originarios americanos.
Así, para reconocer esta lucha de los hombres y mujeres de los Pueblos Originarios el 11 de octubre de 2002, en Venezuela, por ejemplo, el Presidente de la República Hugo Chávez decreta que cada 12 de octubre se conmemoraría en el país el “Día de la Resistencia Indígena” como tributo a cada uno de esos hombres y mujeres que dieron la lucha por sus pueblos, por su dignidad.
Pero además de conmemorar esa lucha, hoy día cada 12 de octubre los Pueblos Originarios siguen en su batallar por la igualdad social y el respeto a todos los derechos ancestrales de las comunidades indígenas y normas por las que rigen sus costumbres y sobre todo a sus derechos como seres humanos que por durante muchos años habían quedado en el olvido.
En lugar del “encuentro de culturas y civilizaciones” que se ha intentado sustentar, la conquista y colonización fue, como señala Steven Katz , el peor desastre civilizatorio y demográfico conocido en la historia de la humanidad.
Epilogo inconcluso
El mutuo conocimiento de ambos mundos significó para nuestra América, al decir de José Martí “la llegada de una civilización avasalladora” . De acuerdo con Luís Sexto “Hay, sin embargo, una paradoja que cubre a los pueblos y culturas que surgieron de aquel acontecimiento bajo el signo del mestizaje. Somos en parte por Ameridnia, en parte por España, y en otra parte por África. El 12 de octubre de 1492 fue nuestro nacimiento. Y nos toca la alegría. Y nos toca la lagrima por saber tanta hecatombe, tanta raza marginada y tanta herencia maltrecha y enquistada.”
Última modificación: 19 de octubre de 2015 a las 17:33 / Fuente: https://gritodelosexcluidos.org/
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